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Brassic: salud mental, humor y una revisión estética de lo británico

Publicado por el 12/08/2021

En los últimos días me he convertido en una especie de Newsletter de series. Le hablo a mis amigos y escribo por los grupos de WhatsApp de mi familia recomendándolas.

Sé que nadie me va a hacer caso, pero lo hago igual. Así, como un regalo. Porque no hay que esperar a días señalados para regalar cosas y una serie es siempre un buen regalo. Sobre todo si esa serie es Brassic, porque es terapéutica, casi sanadora. Tenéis que verla, de verdad, hacedme caso. Os va a curar.

Joe Gilgun estaba en pleno rodaje de Pride cuando le contó a Dominic West, su compañero de reparto, una historia sobre robar un poni. A este le pareció tan brillante que le propuso llevarla a la ficción.

Gilgun le dio muchas vueltas y al final se decidió, llamó a Daniel Brocklehurst y se puso a crear lo que hoy es Brassic, una historia tierna y divertida sobre una pandilla de amigos de clase trabajadora en el norte de Inglaterra.

Aunque Brassic es mucho más que eso, es también un relato sobre enfermedades mentales, sobre amor y sobre un sistema que o no llega a todas partes o, en su intento por llegar, se rompe.

La serie roza lo autobiográfico porque Gilgun y Vinnie, el protagonista al que interpreta, son bipolares. A Gilgun su enfermedad mental le supuso un periplo por consultas de psicología públicas y privadas y años de medicación inadecuada.

Todo empezó cuando una maestra le detectó una dislexia que todavía le genera una incapacidad tan alta que no puede ni leer su correo electrónico sin ayuda de una asistente. El teatro escolar fue terapia durante aquel tiempo y más tarde la llave a una consulta privada a la que, de otra forma, no hubiese podido acceder.

En una de las primeras escenas de la serie, Vinnie le cuenta a su médico de cabecera cómo se siente y este le dice que puede mandarlo a terapia cognitivo-conductual, dentro de tres meses. Lo crudo se convierte en gag, pero no deja de ser duro pensar que esa escena es la realidad para mucha gente que no puede permitirse una consulta privada y a la que la sanidad pública le niega una atención que muchas veces es urgente.

Ese es el eje principal sobre el que está construido un guión a ratos impecable, en el que encadenas una carcajada con otra pero que nunca pierde el sentido de la comedia, hacer de la carencia virtud, ponerle buena cara a una realidad que nos la tuerce.

Otro personaje crucial es el que interpreta Michelle Keegan, una estudiante que trata de aprovechar las oportunidades que le da el sistema para escapar de ese lugar con su hijo, pero que tiene que lidiar con el apego que Dylan, su novio y mejor amigo de Vinnie, muestra hacia su entorno.

Si en el caso de Vinnie el sistema no llegaba, en este tratando de llegar se rompe, como un ascensor social que no funciona para los que vienen del subsótano.

La serie es también una revisión estética de la clase trabajadora inglesa. Si a Gilgun lo conocíamos interpretando a un Skinhead de los años 80 en This is England, con su Ben Sherman y sus Dr. Martens, en Brassic no se quita el chándal a ni cuando se pone una gabardina con detalles haymarket check y llega a ser enterrado con sus Nike Air Max Plus (esto no es un spoiler, o sí, lo sabrás si ves la serie. Deberías verla, no sé si he insistido lo suficiente).

Un cambio este que, aunque a muchos no les guste, se corresponde mucho más con lo que se puede ver hoy en día en las calles de UK.

This Is England (2006)

 

La banda sonora es caso aparte, la selección de temas que va desde Barrett Strong a Cypress Hill pasando por Idles es una miscelánea preciosa de estilos que da una visión clara de la amplitud de miras que hay para todo lo que tiene que ver con música en las islas.

Por mucho que me empeñe en desayunar una taza de té con leche por las mañanas, lo cierto es que mis referentes estéticos poco tienen que ver con los de la pandilla de Brassic. Tienen más que ver, quizá, con recuerdos que esta misma semana me desbloqueó Volví, la colaboración entre Bad Bunny y Aventura que suena a aquellas primeras veces que podía ir con mis primos al Naty, el único pub (si es que se le puede atribuir ese nombre) que abría en las fiestas de Boimorto, a los primeros tragos de un caciquecola en la Palladium de Melide o a las noches en que, pinchando en el Bar Flows, la conocí a ella.

Pienso, a veces, que la vida debería ser siempre tan fácil como en aquellos días en los que sonaba Obsesión y seguíamos a la Orquesta Panorama por los pueblos más remotos de Galicia y no por Instagram, pero a veces, como el sistema, la vida no llega o directamente se rompe.

Brassic es una comedia sobre una pandilla de amigos, pero también es una serie que habla de la incapacidad que, muchas veces, tienen las personas con problemas mentales para amar y ser amadas, de lo que duele sentir que estropeas todo lo que tocas, que haces daño a otros y a ti mismo, del miedo se apodera de tus relaciones personales.

Yo, que estoy en algún lugar del camino hacia la salud mental, no he podido evitar emocionarme al ver la sinceridad con la que se trata este tema. El personaje de Vinnie es una terapia para Joe Gilgun, “es una versión de mí que me gustaría ser” y todos deberíamos tener derecho, como mínimo, a poder imaginar esa versión de nosotros mismos a la que aspiramos. Porque solo con soñar que podemos ser personas más responsables afectivamente y más sanas mentalmente, ya estamos emprendiendo un camino hacia serlo.

Words by: Brais Pedreira
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