¿Qué determina la exclusividad de un producto o una marca? ¿Cómo hacen chavales de 14 años para ir vestidos con miles de euros en ropa? ¿Por qué las grandes maisons de alta costura intentan competir con las firmas de streetwear? ¿Quién define the next big thing? Éstas son algunas de las preguntas que se formulan en la actualidad los fashionistas, y que sin duda han cambiado el paradigma del consumo de moda en los últimos años.
La idea de exclusividad, tradicionalmente, venía definida por una cuestión monetaria, pues era el precio lo que marcaba la accesibilidad o no a determinadas firmas. Y con ello lograr uno u otro estatus con tu outfit. En la actualidad, las Armani, Dolce&Gabanna o Dior, entre otras, han visto como sus colecciones ready to wear han perdido ese halo de deseo que ahora suscitan marcas como Supreme, Palace o Anti Social Social Club. O algunas colaboraciones de sneakers como ‘The Ten’ de Virgil Abloh y Nike, o Pharrell y sus HuNMD con adidas, por mencionar alguna. Por contra, firmas como Balenciaga, Gucci o Loewe han decidido reciclarse y apostar por una estética más actual y street.
Infinitamente más asequibles, su hype radica en la tremenda dificultad que supone hacerse con alguna pieza de sus colecciones. La cantidad limitada de producto que se pone a la venta en el día del lanzamiento hace que se agote en cuestión de minutos, en segundos las piezas más codiciadas de cada drop. Esto provoca que la cotización de estas prendas y zapatillas se duplique, triplique y más en cuanto están disponibles. Y de ahí, el lucrativo y deleznable negocio de la reventa, pero ése no es el tema.
Dadas estas circunstancias de extrema demanda de determinadas marcas, los grupos de inversión están al acecho y están apostando por la industria de la moda, especialmente la urbana, dados sus inmediatos resultados y su más que evidente tendencia al alza. Y entre ellos, The Carlyle Group es la compañía más destacada, responsable por ejemplo, de que desees tener una puffed de Moncler. Una firma prácticamente muerta que pasó de tener 6 tiendas a 56 en el período comprendido entre 2008 y 2010, multiplicando su ebitda por 12 y alcanzando un valor de 1.200 millones de dólares cuando fue adquirida por Eurazeo en 2011.
Ante tal bombazo, el año pasado asistimos a la venta minoritaria de capital de Supreme por parte de James Jebbia. No se revelaron datos financieros de la operación, pero sí supimos de la intención de expandir y democratizar la marca. La realidad es que The Carlyle Group compra empresas que buscan aumentar su valor, y cuando eso sucede, las venden por una suma muy superior a la de su adquisición. Curioso paralelismo con los box logos, ¿no? La posibilidad de entrar en el mercado chino es una de las estrategias ausentes en el modelo de negocio actual, además de dejar la mentalidad de firma pequeña, aunque manteniendo la esencia de la compañía de Jebbia. Por lo que hay quien cree que los tiros irán por ahí.
Hace años la mayoría de las firmas de couture estaban en la UCI, y diversos holding financieros se encargaron de su resurrección, inyección de capital en ristre. Años después, estas compañías emulan el estilo traído de los skateparks para intentar combatir a los gigantes del streetwear. Y la firma de streetwear más cotizada en la actualidad se sirve de las herramientas de las maisons para predicar su palabra a lo largo y ancho del panorama mundial sin riesgo económico de ningún tipo. Han cambiado las tornas.
The Carlyle Group dispone de cerca de 200 billones en activos, y tras Moncler y Supreme, sólo queda esperar acontecimientos para ver el siguiente movimiento de esta compañía, fundada en el hotel homónimo de Washington DC.