Dentro de las celebraciones por el 100º aniversario de la Leica I, la Leica Gallery Madrid da la bienvenida a la exposición En Conversación. Un Diálogo Fotográfico entre Ara Güler y Lys Arango, un concepto especial con el que buscan establecer una conversación entre la fotografía del pasado y la actual.

Lys Arango, fotógrafa madrileña especializada en cuestiones sociales y humanitarias, cuenta con una dilatada carrera en la que ha desarrollado proyectos dentro de la fotografía, el texto y el sonido, recibiendo en 2023 una beca de la National Geographic Society para su proyecto El Río se Volvió Negro, que aparece en esta exposición y que explora la transición energética en la región asturiana. Su obra se contrapone a la de Ara Güler, un maestro del fotoperiodismo turco que documentó la transformación de Turquía desde un prisma humanista, a través de narrativas ricas y poniendo el foco en la cultura y la esencia de la gente.

Estás dialogando con la obra de Ara Güler en esta nueva exposición. ¿Cómo te relacionas con un legado tan imponente?

Ara Güler fue un testigo lúcido de su tiempo, y eso es algo que admiro profundamente. Él supo capturar los cambios de una sociedad con una mirada humanista, sensible y profundamente implicada. Para mí, dialogar con su obra no es solo un honor, sino también un reto: el de encontrar puntos de cruce entre nuestras geografías, nuestras épocas y nuestras maneras de mirar. No se trata de emular, sino de establecer un puente entre dos formas de entender la transformación: la suya, a través de la Turquía del siglo XX, y la mía, en la Asturias que deja atrás el carbón.

 

¿Qué crees que tu obra le dice a la de Güler y qué crees que su obra le dice a la tuya?

Creo que mi obra le habla desde un presente incierto, desde una Europa que también está redefiniendo sus bases materiales y simbólicas. En ese diálogo, El río bajaba negro le dice a Güler que las heridas del progreso no han cicatrizado, sólo han cambiado de forma. Y su obra me recuerda – nos recuerda – que, aunque los contextos cambien, hay constantes: la dignidad de quienes trabajan, el peso del tiempo sobre los cuerpos, la melancolía de los paisajes en plena transformación.

 

¿Hay un punto en común entre las fracturas sociales, nacidas de contextos históricos y geopolíticos diferentes, que se tratan en la exposición?

Sí, absolutamente. Las fracturas sociales suelen tener raíces profundas, y aunque los contextos geográficos sean distintos hay patrones que se repiten: la pérdida, la migración, la desmemoria. En Asturias, como en Estambul, los cambios económicos dejan huellas humanas difíciles de reparar. Esta exposición es una forma de visibilizar esas huellas y también de resistir a la narrativa oficial que tiende a embellecer el relato del progreso.

Tus proyectos suelen combinar fotografía, texto y sonido. ¿Hubo algún momento en el que te diste cuenta de que la fotografía por sí misma no era suficiente para lo que tratabas de comunicar?

Sí, hubo un punto de inflexión. Me di cuenta de que muchas veces la imagen no lograba contener toda la complejidad de las historias que quería contar. El texto me permite profundizar, contextualizar. El sonido, por su parte, tiene una capacidad sensorial y emocional que escapa a la imagen. Me interesa construir experiencias inmersivas que inviten a detenerse, a escuchar con otros sentidos.

 

La fotografía documentalista puede tender a la "fatiga del testigo". Después de tantos años documentando las vulnerabilidades estructurales, ¿cómo afecta esto a tu vida diaria y a tu forma de ver el mundo cuando no estás trabajando?

La fatiga existe y, a veces, se instala en el cuerpo sin avisar. Hay días en los que todo me parece demasiado frágil, demasiado injusto. Pero también he aprendido a protegerme y a buscar momentos de pausa, de belleza, de sentido. La clave, creo, está en no perder la capacidad de asombro ni la empatía. Cuando no estoy trabajando sigo observando, pero intento hacerlo sin cargar con todo el peso del mundo.

¿Piensas que el estar constantemente rodeados de imágenes, más que en ningún otro momento de la historia, afecta al impacto de la fotografía documental? Y si es así, ¿lo hace sensibilizando o anestesiando?

Depende del contexto y del tipo de imagen. Hay una sobreabundancia de lo inmediato, de lo espectacular, que puede saturarnos y anestesiarnos, pero también creo que cuando una imagen está bien construida, cuando tiene profundidad, puede seguir tocándonos. Lo que cambia es el esfuerzo que debemos hacer para destacar en medio del ruido. Por eso me interesa crear trabajos que inviten a la pausa, a la reflexión, que no se consuman en un segundo.

 

Tras obtener la beca para El río bajaba negro, ¿cómo cambia la aproximación al proyecto sabiendo que tenías ese respaldo detrás?

La beca de National Geographic fue fundamental ya no solo a nivel práctico, sino también simbólico. Me permitió trabajar con más calma, profundizar más en las historias, pasar más tiempo con las personas. Pero sobre todo me dio legitimidad para acceder a lugares clave y a personas reticentes. Saber que había una institución de peso detrás me permitió soñar más en grande y pensar el proyecto no solo como una documentación, sino como una obra con múltiples capas narrativas.