La Sape: el lujo como símbolo de dignidad y resistencia

 

Un hombre pasea por el asfalto de Brazzaville con un traje de tres piezas en color amarillo canario combinado con una corbata de seda de color rosa y unos zapatos pulidos tan brillantes que parecen espejos. No se dirige a su oficina ni a una reunión – está enviando un mensaje de rebelión.

La Sape es un arte de la apropiación y de la resignificación. Un ejercicio de resistencia en el que la vestimenta no es un ornamento, sino un lenguaje que desafía las estructuras de poder, que le planta cara a décadas de sumisión colonial. Durante siglos, la ropa ha sido utilizada como un marcador de clase y, por lo tanto, como un código de exclusión. Pero los sapeurs decidieron reescribir el significado de esas prendas y convertirlas en símbolos de orgullo y de autodeterminación.

Los orígenes nos llevan hasta la década de los 20 del siglo pasado. Los esclavos congoleños solían recibir las piezas desgastadas de los colonizadores, prendas de origen europeo sin ningún valor aparente que utilizaban como una suerte de medio de pago. Sin embargo, este movimiento decidió sustituir la humillación por algo extraordinario: transformaron esas piezas en una declaración de dignidad y de estilo. Más allá del espectáculo visual – los colores vivos, los tejidos exquisitos, el aire aristocrático – lo que define a La Sape es la subversión. No se trata de una imitación, sino de una transformación, de un acto de ironía magistral en el que las mismas armas que se usaron en su momento para oprimir a la población congoleña se utilizan ahora para celebrar la propia existencia.

“Cautivados por el esnobismo y la elegancia refinada de la ropa de los hombre de la costa, los domésticos congoleños rechazaron las ropas de segunda mano de sus señores y se convirtieron en consumidores incansables y fervientes conocedores, gastando sus escuetos sueldos extravagantemente para adquirir las últimas modas parisinas”

Didier Gondola, La Sape Exposed: High Fashion Among Lower-Class Congolese.

Cuando André Matswa viajó hasta París para reclamar derechos para sus vecinos vestido con trajes impecables o cuando Papa Wemba aparecía sobre el escenario con un traje de Yohji Yamamoto y una corbata de Versace no buscaban solo lucir bien: estaban tratando de romper la narrativa de la supremacía blanca, reescribiendo quién puede vestir qué, quién puede ocupar ciertos espacios y de qué manera, quién es el responsable de definir a un pueblo.

Los sapeurs cuentan con sus normas estrictas: no más de tres colores por conjunto, caminar con un movimiento deliberado como si se tratase de una pasarela, mantener las prendas en buen estado. Los locales votan regularmente por el “Sapeur del Año” como si se tratase de la máxima responsabilidad cívica. Y, en cierta forma, lo es.

Lo que convierte a La Sape en algo fascinante es la forma en la que transforma la desesperación económica en una rebelión estética. Estos hombres realizan auténticos sacrificios por hacer llegar el mensaje, por ser vistos. La paleta de colores es una revolución en sí misma: destacan los rosas, los amarillos, los azules eléctricos. Todo grita “mírame” en un entorno donde fundirse con el ambiente parecería la opción más segura. Sombreros, bastones: todo está al servicio de esta performance de la dignidad.

En los años recientes, el movimiento ha pasado de ser una actividad potencialmente criminal a ser celebrada como parte de la herencia cultural. El presidente del Congo reconoce a La Sape como un tesoro nacional, miembros del movimiento aparecen en las principales publicaciones de moda y cultura de todo el mundo, e incluso Solange Knowles ha incorporado a alguno en sus vídeos musicales. En un mundo donde el lujo se ha convertido en un simple fetiche, donde se comercializa con la exclusividad y la autenticidad se diluye, La Sape recuerda que la ropa – todavía – puede ser un arma política. Mientras las marcas persiguen desesperadas la idea del “storytelling”, los sapeurs han estado contando historias durante décadas sin necesidad de una campaña de marketing. Historias de lucha, de sacrificio, de identidad. Historias que no buscan validación porque ya han sido escritas con la convicción de que el estilo no es algo que se compra, sino algo que se posee.

Alber Montalvá

30/10/24