Los Ángeles, 2007. La industria de la música continúa encontrando su espacio en plena transformación digital. Tyler, The Creator, Casey Veggies, Hodgy, Left Brain, The Super 3 y Jasper Dolphin forman un grupo: Odd Future Wold Gang Kill Them All. Hasta el nombre era una provocación, demasiado largo y difícil de manejar, como las ambiciones que representaba. Con poco más que un par de portátiles lanzan “The Odd Future Tape”, la mixtape debut del colectivo. El trabajo aterriza en un panorama musical cada vez más fracturado, con una producción más bien lo-fi y un sonido poco cuidado para los estándares del momento. La actitud es lo que que pronto resultaría imposible de ignorar: un rechazo frontal y deliberado de todas las convenciones establecidas sobre cómo debería hacerse el arte, cómo debían comportarse los artistas y cómo se debía medir el éxito.

Odd Future bebía directamente del horrorcore, de los vídeos de skate, del lenguaje visual del internet primitivo. Cualquier usuario de Tumblr durante esos años se cruzaba irremediablemente con los donuts de neón, las cruces invertidas, imágenes de sus conciertos, mucho más cercanos al punk que al hip-hop. Con el tiempo, Odd Future fue ampliándose hasta llegar a la veintena de miembros. Entre la nómina de nuevos integrantes aparecen nombres como Earl Sweatshirt, Syd, Na-Kel Smith, Domo Genesis, Lionel Boyce o Frank Ocean. Casi nada.

Mientras el resto de artistas estaban peleando contratos abusivos con multinacionales y programadores, Odd Future estaba construyendo un imperio directo al consumidor a través de vídeos de YouTube y publicaciones en redes sociales. Mucho antes de que los artistas decidiesen saltarse a los gatekeepers tradicionales, el colectivo estaba subiendo a la red imágenes sin filtrar de su proceso creativo, de su día a día. Los fans no sólo consumían su música: también su visión del mundo, sus chistes internos, su sensibilidad con el resto de las artes, con la moda. Odd Future ofrecía al mundo una visión completa de su ecosistema. Esta transparencia radical creó una sensación de conexión íntima irreproducible por otros medios. Cuando Tyler hablaba de la ausencia de su padre, o Earl sobre sus problemas con la fama, o cuando Frank Ocean publicaba la famosa carta en Tumblr en la que confirmaba que Channel Orange, su álbum debut, había sido influenciado en buena parte por su relación con un hombre, no se trataba únicamente de declaraciones artísticas, sino de una conversación con una comunidad que había crecido con ellos.

Su influencia se extendió mucho más allá de la música. Después de jugar un papel clave en convertir a Supreme en el monstruo en el que se convirtió a comienzos de la década de los 2010, fundaron una codiciada firma propia de ropa. Adult Swim transformó su energía anárquica en un programa de sketches, “Loiter Squad”, influencia directa de la comedia que se desarrollaría en internet durante los años posteriores. Odd Future empleaba todos sus recursos en tratar – y conseguir – de abrir espacios para la expresión negra y queer dentro del hip-hop en una época en la que esa visibilidad continuaba siendo un terreno controvertido.

https://www.youtube.com/watch?v=YRv6v_ScrJo

Lo que hizo revolucionarios a Odd Future no fue tanto su creativa y prolífica producción – que lo fue – sino su reinvención de lo que podían ser los colectivos artísticos en la era digital. Odd Future era un grupo de hip-hop, un sello discográfico, una marca de ropa, una productora de televisión, todo al mismo tiempo. Odd Future era el movimiento cultural que permitió la existencia de colectivos como BROCKHAMPTON o Illegal Civ – que han reconocido explícitamente su deuda con ellos. La explosión del rap en SoundCloud, con artistas como Lil Uzi Vert o Playboi Carti a la cabeza, se debió en gran medida a una nueva estrategia que permitía quemar etapas, saltarse a los gatekeepers.

Cuando sus actividades colectivas terminaron en 2015, el impacto ya estaba asegurado. Tyler, The Creator terminaría firmando colecciones para Louis Vuitton convertido y coleccionando Grammys con cada uno de sus lanzamientos; Frank Ocean firmaría Blonde, uno de los mejores álbumes de todos los tiempos, y se convertiría en una de las figuras más brillantes y esquivas de la industria; Earl Sweatshirt se haría hueco como uno de los letristas más respetados del hip-hop; Lionel Boyce dirigiría sus propios proyectos y terminaría apareciendo en uno de los fenómenos de la televisión en los últimos tiempos, The Bear.

Pero más que cualquier logro individual, el legado de Odd Future reside en el permiso que concedieron a toda una nueva generación de creadores: permiso para ser vulnerables, comerciales, experimentales, ofensivos, introspectivos, a veces todo al mismo tiempo. Permiso para existir al margen de las ideas preconcebidas de lo que los artistas – especialmente los artistas dentro del hip-hop – podían o no podían ser. Lo destacable de Odd Future no fue que triunfaran contra todo pronóstico, a pesar de la industria, sino que redefinieron la forma de hacerlo y lo que podía significar el éxito no tanto como dominio comercial o aclamación de la crítica sino como la consecución de la libertad de creación.

Alber Montalvá

02/12/24