Cuando eres adolescente tu habitación es un universo infinito. Cierras la puerta y entras en tu inmenso mundo interior, donde buceas como en un mar efervescente. Ese espacio es una dimensión onírica; flotante entre lo real, lo imaginario y lo simbólico. Escuchas música y el corazón te late en los oídos. Ves películas y tu mirada se proyecta tan lejos como tan dentro. Estos días nos han hecho volver a las sensaciones de esa habitación. Todo viaje se emprende para dar un rodeo de vuelta a casa.
En esa parte de mi vida, era futbolista. Recuerdo estanterías llenas de trofeos de los que me sentía orgulloso, me enseñaron mucho sobre la interminable capacidad para soportar el dolor. En el escritorio solía estar el libro rojo de Ciencias Naturales, al que le faltaba una página en el apartado de las flores porque arranqué la más extraña para la chica que me gustaba. También recuerdo la ventana por la que miraba la lluvia a final de agosto. Y el corcho con chinchetas clavadas en fotografías desenfocadas y recortes de mis lecturas: “Me abrí camino a navajazos hasta un abismo de diamantes”.
Durante la etapa de la imaginación, tu personalidad es en un treinta por ciento la última película que has visto. Para estos días en casa, seleccioné un ciclo de cine sobre la adolescencia, para volver a las emociones de esa habitación:
Permanent Vacation – Jim Jarmusch
Jeune et Jolie – François Ozon
Lore – Cate Shortland
Boyhood – Richard Linklater
Badlands – Terrence Malick