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La vida y obra de Raf Simons: talento e investigación

Ha pasado por algunas de las casas de moda más relevantes del mundo dejando una huella imborrable. Siempre en paralelo a su trabajo con su marca homónima, a la que ha conseguido elevar y posicionar como una de las más relevantes de la moda masculina contemporánea.

Algunos dirán que el mundo de la moda es un tanto inestable. Puede que no se equivoquen, pero lo de Simons no sé si es inestabilidad o éxito en toda su esencia. Lo que sí es cierto es que las marcas se lo han rifado durante toda su trayectoria hasta día de hoy. Jil SanderDiorCalvin Klein y ahora Prada. Todo esto, combinándolo con la dirección creativa de su propia marca, Raf Simons.

Nació en 1968 en Bélgica. Estudió diseño industrial -cosa patente en el control de los volúmenes y de las proporciones-, aunque su decisión profesional definitiva lo llevó a la moda. Sus primeros pasos en la industria fueron con Walter Van Beirendock en París, donde estuvo expuesto a la labor de genios como Martin Margiela y Jean-Paul Gaultier.

Con una carrera inicial esencialmente centrada en la creatividad de las líneas masculina, posteriormente se abrió a lo femenino. La máxima seña de identidad del belga siempre ha sido el trabajo alrededor del concepto de la identidad y la cultura juvenil. Y además, aunque su trayectoria haya evolucionado, Simons ha trabajado siempre como un científico, investigando alrededor del concepto de la masculinidad y de los cánones que hay establecidos sobre la misma.

Después de estudiar diseño industrial y un posterior trabajo independiente en el estudio, en 1995 decide crear su propia firma de ropa masculina. Su máxima pretensión: desafiar la estética masculina imperante en la época. No hay más que ver imágenes de sus primeras colecciones para entender su propósito.

Y ya lo decía en el no. 206 de I-D, en 2001: “contemplaba toda esa ficción de chicos guapos y bronceados, era lo opuesto al mundo que yo quería mostrar”. Pues sí, Simons quiso poner su granito de arena para cambiar una estética imperante, y nada más y nada menos que la masculina, sin duda la más resistente al cambio. Para ello, se sirvió de inspiraciones dispares: sus amigos de la escena punk de Amberes, o diseñadores como Martin Margiela o Helmut Lang.

La marca se ha acercado en numerosas ocasiones a lo urbano con colaboraciones con marcas como Adidas, Doctor Martens o Eastpack. Y a día de hoy el belga sigue con esa misma actitud de los inicios. En palabras suyas: “no quiero mostrar ropa, quiero mostrar mi actitud, mi pasado, presente y futuro. Uso memorias y visiones futuras e intento colocarlas en el mundo actual”.

Hasta entonces, Simons había sido desconocido para las masas, pero más tarde, con el segundo abandono de su creadora, Jil Sander le pone al frente de su dirección. El creador no hizo más que catapultarla al estrellato. Este fue el primer trabajo del Belga fuera de su marca homónima y supuso una nueva edad dorada para la firma que lo contrató.

En ese momento, todo se tornó a su favor. Puede que algo tuvieran que ver su talento inmensurable y la prensa de su parte: una casa anclada en el pasado resucitó para colocarse de nuevo en el punto de mira, despertando interés de editores y periodistas. Y pocas cosas más difíciles de conseguir que eso, sino que le pregunten a Wintour.

Pero en 2011, Sander decide tomar de nuevo las riendas de la casa, un emotivo último desfile en París fue su despedida definitiva.

 

 

Después de unos años alejado del foco y del cese de Galliano como director creativo de Dior, Raf Simons es el elegido para sucederlo. Su paso por la firma no fue en vano, y es que el diseñador supo sanearla después del escándalo.

Su primer desfile, en un museo Rodin lleno de flores, tuvo menos drama y más “Dior” de lo que Galliano nos había venido ofreciendo hasta la fecha. Las piezas combinaron lo vanguardista y lo elegante en un escenario fantástico en el que se celebró el color y la belleza.

Como no podía ser de otra manera, Simons también trajo prendas icónicas a la maison: sus míticos zapatos híbridos de otoño-invierno 2014 o la revisita a la pata de gallo, momento nostálgico en el que Simons recordaba a Robert Piguet.

 

 

En definitiva, a su trabajo en la casa se le podría considerar heterodoxo y audaz, pero también astuto. Supo patentar lo nuevo conservando lo clásico, y lo hizo de la forma más brillante. Su incursión en la gran maison fue poco o nada desdeñable.

Se despidió con la colección de primavera-verano 2016, en lo que parecía la culminación de un reto por modernizar definitivamente a la mujer Dior. Una mujer que viste pantalones, botas altas de vinilo y shorts que parecen de algodón.

Su relación con la casa francesa terminaría en 2015, declarando que su trabajo en su marca homónima y su vida personal no le permitían seguir al frente del cargo.

Pero en 2016, Simons se incorpora al gigante estadounidense Calvin Klein. Hay que admitir que su paso por esa casa no fue de lo más exitoso de su carrera. Pero nadie puede decir que no lo intentó. Campañas millonarias con las Kardashian, cambios de logo, homenajes a la cultura pop, e incluso una colaboración con la fundación Andy Warhol. De nada sirvió. Las diferencias con el director de la casa -no contento con las ganancias que suponían su creatividad- llevaron a poner fin a toda relación laboral en 2017.

La verdadera sorpresa llegaba en 2019, cuando Muccia Prada anunciaba que Simons se convertiría en co-director creativo de la casa italiana. Sorpresa sí, pero ya la conversación entre los diseñadores plasmada en System Magazine hace unos años adelantaba la complicidad entre ambos. Es más, fantasearon con la idea de que los grandes directores creativos intercambiaran firmas por una temporada. Quizás no es eso exactamente lo que ha pasado, pero esa conversación parece una pequeña premonición.

 

 

El primer desfile se presentó hace escasas semanas en plena pandemia global, y consecuentes con el contexto actual, lo hicieron digitalmente. Seguido del show, ambos diseñadores conversaron sobre los temas que, desde plataformas oficiales, se había alentado a plantear a los espectadores.

Esta primera colección primavera-verano 2021 fue un dialogo entre diseñadores, y nadie mejor que ellos ha demostrado saber dialogar dejando de lado el ego creativo. El techno de Richie Hawtin y un sencillo espacio amarillo fueron el contexto que albergó la presentación de las piezas. Se exploró la idea del uniforme, sobre la que ambos creativos reflexionaron en la charla digital posterior, y el logo de la marca imperó en todas las prendas. El abanico de colores y estampados pasa por los blancos, negros y amarillos en un principio; seguido de los cuadros y las flores; y terminando con las ilustraciones y los textos de Petter Potter, amigo de Simons.

El entendimiento y la complicidad entre ambos creativos estuvo patente en las prendas y en su conversación posterior. Todo eso, teniendo en cuenta los tiempos que vivimos y el patrón productivo y creativo extraordinario que ha supuesto la pandemia. El presagio para lo que vendrá en esa “nueva normalidad” tan ansiada no puede ser más ilusionante.

El paseo de Simons por la industria no ha hecho más que demostrar sus capacidades, su talento y su talante. Un trabajo que respeta lo clásico y es vanguardista a partes iguales. Si no funciona con Prada, otra cosa vendrá. Ha demostrado que sabe luchar hasta el final para conseguir sus propósitos, pero que también sabe retirarse a tiempo siempre que no tenga nada más que añadir.

"Yo no busco, yo encuentro"

Pablo Picasso