Curated by Sandy Fiocchetti
Era 1996 y yo tenía trece años. Acababa de salir ‘Odio Pieno’. Recuerdo la cinta que un amigo me grabó.
La escuchaba todo el día, sin parar. Era muy complicado encontrar la música que me gustaba; punk o rap. No existía Spotify, no existía internet, lo único que había era mi radio y la bañera de mi abuela. Recuerdo sus pasos y los pasos de mi amiga Enrica, que venía a buscarme para salir. Recuerdo el olor de la cocina de mi nonna, de la comida italiana y recuerdo a mis amigos, que venían a comer sus gnocchis. Recuerdo el olor a spray y lo complicado que era encontrar Montana. Recuerdo dónde había que esperar para subir a los trenes. Recuerdo que mi tía ya no estaba con nosotros. Recuerdo las 500 liras de gasolina que ponía a medias con Enrica para dar vueltas en su scooter, las dos sin casco. Recuerdo que casi todos mis amigos eran chicos, y que no conseguía hablar con las chicas de mi ciudad. Recuerdo el amor a la calle, y el desprecio hacia la sociedad y la multitud. Recuerdo los domingo en las jams, las tardes viendo a mis amigos bailar break, las veces que me sentía muy sola. No había Whatsapp, ni Instagram. Solamente nosotros existíamos. Y la música siempre estaba ahí con nosotros, hasta cuando estábamos en silencio. Era nuestra manera de compartir visiones, valores y vida. Desde entonces, para mí, considerarla un mero entretenimiento es despreciarla.
Muchas cosas han cambiado desde 1996. En realidad, ha cambiado casi todo menos yo, que quizá sigo en la bañera de mi abuela.
Quise acabar mi playlist donde muchas cosas empezaron.
