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Hajime Sorayama, premio a la constancia

Publicado por el 16/12/2019 en Artículos

 

Son incontables las veces que hemos escuchado la frase “las cosas no siempre llegan a la primera” como motivación para que trabajemos arduamente en nuestros objetivos. Este enunciado, por muy molesto que pueda sonar en ciertas ocasiones, está cargado de razón. Y si no que se lo digan a Hajime Sorayama, ilustrador japonés, que con 72 años está viviendo su época profesional dorada.

Sorayama, nacido en 1947 en Imabari, Japón, comenzó estudiando filología inglesa. Su ímpetu creativo le llevó a crear un periódico escolar que tuvo una pésima acogida debido al contenido demasiado transgresor que contenía. Este revés, lejos de desmotivarle, agitó sus inquietudes creativas y decidió perseguir su pasión, por lo que se trasladó a una escuela de arte en Tokio.

En los años de su juventud el contexto social estaba cambiando rápidamente. La Segunda Guerra Mundial ya era prácticamente cosa del pasado, el capitalismo había irrumpido con fuerza y la necesidad de consumo estaba a la orden del día. El ocio se había democratizado, la censura había rebajado sus restricciones y se tenía una visión optimista de futuro gracias a una generación que quería olvidar el dolor que habían sufrido sus antecesores.

En 1978, trabajando como ilustrador freelance, un amigo de Sorayama le encargó dibujar un androide similar a C3PO, de Star Wars, ya que por motivos de Copyright no podía emplear la imagen del famoso robot dorado para un anuncio de su marca. Lo que el artista japonés no sabía es que este sería el comienzo de su legado.

 

 

Desde entonces se entregó a, lo que él mismo denomina, un culto hacia sus “diosas pin-up robóticas”, apareciendo sus ilustraciones en medios con repercusión mundial como Playboy. Además, sus obras como artista gráfico le llevaron a trabajar en numerosas películas y a diseñar carátulas de discos. Durante las siguientes décadas incluso editó varios libros sobre sus obras.

Así mismo, exploró el ámbito del diseño de producto, trabajando para Sony en el lanzamiento de AIBO, un pequeño perro robótico que reaccionaba y respondía a estímulos con una “inteligencia artificial” muy básica. Esta mascota metálica resume perfectamente el trabajo de Sorayama: una fusión entre un ser vivo terrestre y el enfoque personal del artista de robotizarlo todo que, sumado al éxito de ventas que obtuvo, llevó a este producto a formar parte de la exposición permanente del MoMA de Nueva York.

 

 

Sorayama continuó realizando trabajos de renombre en la industria del cine, colaborando en Star Wars o en el universo de cinematográfico de Marvel. Desde 2012, que mantuvo contacto con Marc Ecko, CEO de Ecko Unlimited, su interés por la moda se acrecentó, llamando la atención de Kim Jones. Junto al director creativo de Dior, Hajime llevó a cabo su obra cumbre: una magnífica colección de ropa llena de piezas que incluyen los diseños del japonés.

Prendas con ilustraciones de Sorayama combinadas con motivos florales, acabados iridiscentes y tipografías industriales forman parte de esta colección, en la que destaca un bolso de apariencia metálica que estuvo en boca de todos. En resumen, un estilo retrofuturista que no ha dejado indiferente a nadie. Si bien es cierto que el éxito de la colaboración fue pleno, lo que nos dejó boquiabiertos a todos fue el desfile para presentar este proyecto.

 

 

Una imponente escultura de 12 metros de alto en el centro de una pasarela circular acaparó todas las miradas. El japonés construyó en aluminio una de sus características chicas pin-up robóticas para el día del estreno de la colección que, combinada con un psicodélico juego de luces, fue la verdadera estrella del desfile.

Al igual que sus musas, la carrera de Hajime Sorayama no deja de crecer. El joven Sorayama que se matriculó en filología inglesa jamás pensó que su universo personal se podría expandir tanto. Está claro que un revés no significa que haya que rendirse a las primeras de cambio y, al japonés, sin duda, las dificultades de sus primeros años como profesional le sirvieron para coger impulso. Ese chico de Imabari que se sentía fuera de lugar estudiando idiomas tiene hoy en día más repercusión que nunca. A sus más de 70 años no deja de sorprendernos y, como con el buen vino, no nos importa esperar lo que haga falta si así vamos a poder disfrutarlo el doble.

 

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